La Muñeca
Autor: Vital Aza - Recitado por: Omar Cerasuolo
Autor: Vital Aza - Recitado por: Omar Cerasuolo
En una noche de Enero
una niña pordiosera,
con los pies casi desnudos,
con las manecitas yertas,
cubriendo, a modo de manto,
con su falda la cabeza,
y sin temor a la lluvia
que más cada vez arrecia,
contempla, extasiada y triste
el interior de una tienda,
que por su gusto en juguetes
es en Madrid la primera.
–¿Qué haces aquí? le pregunta,
con voz desabrida y seca,
un dependiente, empujando
a la niña hasta la acera.
–¡Déjeme usted! ¡Si es que estaba
mirando aquella muñeca!
–¡Vaya! Retírate pronto
y deja libre la puerta.
–¿Dígame usted. ¿Cuesta mucho?
–¿Quieres marcharte, chicuela?
–¿Será muy cara, verdad?
¡Lo que es como yo pudiera!...
–¡El demonio de la chica
¿Pues no quiere comprar ella?...
¡Lárgate a pedir limosna!
y déjate de simplezas.
La muñeca que te gusta
vale un duro, con que ¡fuera!
-----------------
Marchose la pobre niña
ocultando su tristeza…
en vano pide limosna…
ninguno escucha sus quejas…
Y desfallecida y débil,
cruza calles y plazuelas
recordando en su amargura
la tentadora muñeca…
-----------------
–¡Caballero, una limosna
a esta pobrecita huérfana!
–¡Déjame, que voy de prisa!
–¡Por Dios, señor! Aunque sea
un centimito… ¡Tengo hambre!...
–(¡Pobre niña! ¡Me da pena!)
Toma.
–¡Señor! ¡Si es un duro!
–Te lo doy para que puedas,
siquiera por esta noche,
tener buena cama y cena.
–¡Déjeme usted que le bese
la mano!
–Quita, tontuela.
–¡Que Dios se lo pague a usted!
¡Un duro!... ¡Estoy muy contenta!...
¿No será falso, verdad?
–¡Cómo muchacha! ¿Tú piensas?...
–No, señor… perdone usted…
Pero… ¡vamos!... la sorpresa...
¡Si voy a volverme loca
de alegría!... ¡Quién dijera!
¡Que Dios le premie en el mundo
y le dé la gloria eterna!
-----------------
Y apretando entre sus manos
convulsivas la moneda,
corrió por la calle abajo
veloz como una saeta.
-----------------
A la mañana siguiente
se comentaba en la prensa
el hecho de haberse hallado
en el quicio de una puerta,
¡el cadáver de una niña
abrazado a una muñeca!
una niña pordiosera,
con los pies casi desnudos,
con las manecitas yertas,
cubriendo, a modo de manto,
con su falda la cabeza,
y sin temor a la lluvia
que más cada vez arrecia,
contempla, extasiada y triste
el interior de una tienda,
que por su gusto en juguetes
es en Madrid la primera.
–¿Qué haces aquí? le pregunta,
con voz desabrida y seca,
un dependiente, empujando
a la niña hasta la acera.
–¡Déjeme usted! ¡Si es que estaba
mirando aquella muñeca!
–¡Vaya! Retírate pronto
y deja libre la puerta.
–¿Dígame usted. ¿Cuesta mucho?
–¿Quieres marcharte, chicuela?
–¿Será muy cara, verdad?
¡Lo que es como yo pudiera!...
–¡El demonio de la chica
¿Pues no quiere comprar ella?...
¡Lárgate a pedir limosna!
y déjate de simplezas.
La muñeca que te gusta
vale un duro, con que ¡fuera!
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Marchose la pobre niña
ocultando su tristeza…
en vano pide limosna…
ninguno escucha sus quejas…
Y desfallecida y débil,
cruza calles y plazuelas
recordando en su amargura
la tentadora muñeca…
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–¡Caballero, una limosna
a esta pobrecita huérfana!
–¡Déjame, que voy de prisa!
–¡Por Dios, señor! Aunque sea
un centimito… ¡Tengo hambre!...
–(¡Pobre niña! ¡Me da pena!)
Toma.
–¡Señor! ¡Si es un duro!
–Te lo doy para que puedas,
siquiera por esta noche,
tener buena cama y cena.
–¡Déjeme usted que le bese
la mano!
–Quita, tontuela.
–¡Que Dios se lo pague a usted!
¡Un duro!... ¡Estoy muy contenta!...
¿No será falso, verdad?
–¡Cómo muchacha! ¿Tú piensas?...
–No, señor… perdone usted…
Pero… ¡vamos!... la sorpresa...
¡Si voy a volverme loca
de alegría!... ¡Quién dijera!
¡Que Dios le premie en el mundo
y le dé la gloria eterna!
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Y apretando entre sus manos
convulsivas la moneda,
corrió por la calle abajo
veloz como una saeta.
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A la mañana siguiente
se comentaba en la prensa
el hecho de haberse hallado
en el quicio de una puerta,
¡el cadáver de una niña
abrazado a una muñeca!
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